Un expatriado viviendo en República Dominicana

A finales de los años 90, la vida iba bien para Johan Flores en Venezuela. Se había graduado como ingeniero en una universidad pública, ocupaba un puesto ejecutivo en una empresa petrolera y tenía una familia encantadora.

Formaba parte de una generación que disfrutaba la riqueza que poseía  Venezuela en aquel momento. Sin embargo, un cambio repentino afectó al país cuando un líder socialista fue elegido presidente.

En pocos años, la democracia comenzó a declinar y la inseguridad, la corrupción y la inflación se dispararon. La vida se hizo más difícil para millones de venezolanos que empezaron a huir de su país.

Sin embargo, Johan decidió quedarse y luchar por su país. Él y su mujer fueron miembros activos de la oposición, asistiendo a mítines y concentraciones. En 2003, más de 20.000 trabajadores del petróleo fueron despedidos tras formar parte de una huelga petrolera, Johan y Linda, su mujer, estaban entre esos.

Fue un cataclismo. No sólo se les prohibió trabajar en la industria petrolera, sino que no podían acudir a los hospitales públicos, acceder a la seguridad social, abrir una cuenta bancaria o incluso crear una empresa. 

Tras unos años luchando contra la exclusión del sistema, la familia buscó opciones de inmigración para escapar del socialismo. Si se trasladaban a Estados Unidos, tendrían que solicitar asilo político, lo que significaba que volver a Venezuela y visitar a su familia sería imposible. Otra opción era trasladarse a Oriente Medio, donde Johan seguramente tendría ofertas de trabajo en la industria petrolera.

Al principio, emigrar a otro país de América Latina no era una opción atractiva por sus permanentes problemas de corrupción e inestabilidad. Pero todo cambió cuando un amigo les habló de la próspera industria del turismo en República Dominicana, fomentada por un gobierno democrático que valoraba la industria privada.

Johan quería a su familia por encima de todo. Así que supo que si quería que sus hijos tuvieran una vida normal, tendrían que empezar de cero en otro país. Y el lugar elegido fue Santo Domingo, la capital de República Dominicana.

Tras vender la mayoría de sus bienes, Johan reunió un millón de dólares, suficiente para empezar una nueva vida en un país extranjero con su mujer y sus dos hijos. Nada más llegar a la República Dominicana, quedaron impresionados.

La República Dominicana tenía todo lo que podían desear. Playas soleadas, deliciosa comida caribeña y muchos lugares donde se podía bailar salsa y merengue. 

Compraron un cómodo departamento en Santo Domingo por 80.000 dólares y construyeron una pequeña posada por 400.000 dólares. Eso le dejó a Johan más de medio millón de dólares que dejó como ahorros.

El costo de vida era bajo y tenían muchas opciones de residencia para establecerse en Rep. Dominicana. Johan eligió la visa de inversores con su pequeña posada. Eso significaba que podía obtener la residencia permanente en menos de un año y convertirse en ciudadano dominicano en sólo cuatro años. Cuando el gobierno venezolano congeló el proceso de renovación de pasaportes, no fue un problema para los Flores porque ya tenían pasaportes dominicanos.

El turismo estaba en auge, por lo que las reservas para su posada se mantenían casi siempre agotadas. Decenas de temporadistas se alojaban cada mes en la posada de Johan, lo que proporcionaba a la familia Flores una gran fuente de ingresos en un país realmente barato. Al cabo de unos años, vendieron la pequeña posada y compraron una más grande, y luego construyeron un hotel. La expansión fue rápida gracias a un mercado inmobiliario infravalorado en una industria turística en auge. 

Los Flores valoraban un alto nivel de educación, por lo que inscribieron a los niños en una escuela internacional, donde podían conocer a hijos de diplomáticos extranjeros, banqueros y ricos empresarios.

Johan era un amante del béisbol, y se alegró cuando descubrió que la República Dominicana es una de las potencias del Caribe en este deporte. Su sueño de criar a un hijo para que se convirtiera en un jugador de béisbol profesional que firmara por algún equipo de la MLB se hizo de repente posible. 

Un hecho crucial cuando decidieron mudarse a República Dominicana fue su cercanía a la mayoría de los lugares que querían visitar. Sus familiares en Caracas estaban a sólo una hora y media de vuelo de Santo Domingo. Lo mismo ocurría si querían visitar a viejos amigos en Miami o Houston, a 2 y 3 horas de avión, respectivamente.

Ciertamente, la gente que vive cerca de la playa tiende a aburrirse del mar, y los Flores no eran la excepción. Sin embargo, eso no fue un problema porque la isla tiene mucho que ofrecer.

En un fin de semana, Johan y sus hijos podían practicar senderismo en las frescas montañas de Constanza y Jarabacoa, situadas en la cordillera central del país, donde encontraban piscinas naturales, cascadas y ríos con cauces naturales. Johan siempre soñó con escalar una gran montaña y se hizo realidad cuando alcanzó la cima del Pico Duterte, la montaña más alta del Caribe.

Con el paso de los años, Johan descubrió la suerte que tuvo al elegir la República Dominicana como su nuevo hogar. Los dominicanos le acogieron como uno más y sus hijos asimilaron la cultura y valores dominicanos rápidamente. Amasó una fortuna invirtiendo en el mercado inmobiliario y en la industria del turismo. 

Si se hubiera quedado en Venezuela, lo habría perdido todo por culpa del socialismo. Pero se movió en el momento adecuado y aprovechó las enormes oportunidades que se le presentaron. Ahora puede enviar a sus hijos a algunas de las mejores universidades del mundo mientras disfruta de su jubilación en una playa bebiendo jugo de coco y comiendo pescado frito.

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