La importancia de un segundo (y quizás tercer) pasaporte

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La definición tradicional de pasaporte es la de ser un documento emitido por un gobierno para certificar la identidad y nacionalidad de su portador a fines de que pueda realizar viajes internacionales. Desde luego, un gobierno solamente podrá emitir un pasaporte a quien le sea súbdito.

Algo tan normal en nuestros días y que se da por sentado, no siempre fue de uso común. Mucha gente ignora que el uso de los pasaportes recién se empezó a popularizar durante la Primera Guerra Mundial pues antes de esos años prácticamente no existían y que no fue hasta 1980 que se estandarizó.

Ahora, es común oír decir que nadie escoge cuándo y dónde nace ni cuándo muere, pero siendo el lugar de nacimiento el factor que genera la nacionalidad (y el pasaporte) ¿se puede escoger a qué país pertenecer?

Para muchos, la sola idea de llevar una relación de súbdito con su gobierno les es repugnante pues implica una dependencia en la cual dicho gobierno decide aspectos vitales acerca de ellos:

¿Qué clase de ciudadano dice el gobierno que usted es?

Si usted es un “súbdito” británico, usted puede tener una de 6 diferentes clases de “ciudadanía”… y por ende de pasaporte, y ser tratado por otros gobiernos “soberanos” de manera diferente, según dichas clases.

¿Su gobierno puede negarse a emitirle un pasaporte?

Desde luego, a cada momento sucede. Muchos gobiernos declaran unilateralmente (por ley, claro) que “sus” pasaportes son de su propiedad por tanto pueden negarse a emitirlo, limitar su emisión y —una vez emitido— revocarlo, suspenderlo o invalidarlo (si no pregúntele al gobierno de Canadá).

En Pakistán no se lo dan si usted no pasa una entrevista especial; en Corea del Norte sólo un pequeñísimo número de personas tienen pasaporte, siéndoles negado a la gran mayoría.

En Finlandia y Siria olvídese de obtener pasaporte si no ha completado el servicio militar obligatorio.

En Cuba, sus ciudadanos tuvieron que esperar 50 años para poder salir de la isla… hacia los países que les quieran conceder una visa ya que éstos últimos temen una inmigración masiva.

En resumen, el pasaporte puede ser una herramienta de presión, coerción y manipulación. Recuerde: usted no puede viajar sin un pasaporte…

Para una persona consiente del uso que puede tener un pasaporte en su contra, la alternativa lógica es obtener una segunda y hasta tercera ciudadanía que le facilitaría la obtención de sendos pasaportes adicionales. Dichas ciudadanías se pudieran obtener (según el país y entre otros métodos):

  1. lex soli: aún teniendo nacionalidad diferente, al nacer en X país de padre o madre que tengan la ciudadanía de X en el momento de su nacimiento, o quizás de padre o madre que resida en el país X

  2. lex sanguinis: aún naciendo en el exterior, si alguno de los padres es del país X e inscribe a su hijo en el consulado respectivo

  3. Por registración

  4. Por adopción

  5. Por naturalización

Cuando se han adquirido los pasaportes adecuados, la flexibilidad, privacidad y seguridad de las personas aumentan enormemente, sobre todo en casos de guerra, persecución, inversiones, impuestos, etc. Por ejemplo, un ciudadano americano deberá pagarle impuestos a su gobierno aunque no resida en los EEUU por muchos años, un caso único en el mundo. La única forma de librarse es renunciando a la nacionalidad americana —cosa que cada año va en aumento— pero ya se están promoviendo leyes que cobrarían al “desertor” un altísimo impuesto de “salida” del sistema, o le negarían la posibilidad de renunciar o le impedirían el retorno futuro ni siquiera en calidad de turista.

No es pues extraño que los estados controladores vean la múltiple ciudadanía con ojos revirados y a veces… como una amenaza. Lo ideal para ellos es que usted nazca, viva, trabaje, pague sus impuestos (la palabra lo dice todo: se le impone) y muera bajo el manto protector de su gobierno. Sus bienes —al morir— quedarían bajo el mismo manto, aunque los haya dado en herencia.

¿Guerra? Usted es llamado a defender a la patria y anteponer los intereses de ella a los de su esposa, hijos y los suyos: se le pide llanamente que muera por defenderla. ¿Pero qué de los que tienen múltiples nacionalidades e intereses? ¿Qué de los que tienen diferentes valores e ideales, de los que piensan diferente y que —como le es atribuido a Benjamín Franklin— han hecho suya la idea de que «Donde está la libertad, allí está mi patria»?

La ciudadanía —y por ende el pasaporte— puede representar la diferencia entre la vida y la muerte para usted en un futuro próximo… y para su amada familia.

En la 2da. parte de este artículo entraremos a explorar las alternativas que tienen aquellos que se atreven a pensar diferente, los que creemos que el lugar de nacimiento es sólo una circunstancia pero que la(s) ciudadanía(s) caen bajo el dominio de nuestra libertad de elección.

Por: Baruch

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